Los mongoles de China, que hablan el mongol de las lenguas
altaicas, viven principalmente en la región autónoma de Mongolia
Interior, parte del nordeste del país. El grupo mongol es una etnia
a lomos de caballo y dueña de una larga historia, una rica cultura
y muchos cantos y danzas atractivos. Debido a su lengua, áreas de
comunidad y antecedentes étnicos e históricos, los mongoles
profesan desde la antigüedad el chamaísmo, un credo primitivo a
diversas deidades y según el cual todas las cosas tienen sus
espíritus.
La mayoría de las personas que viven
lejos de las estepas de Mongolia han conocido el vocablo “anday” a
través de la “Danza Anday” en el escenario de los teatros. Pero si
uno desea saber más de esta danza, no le basta el escenario, sino
que debería conocer su origen y evolución y su popularidad perenne
resultante del amor de la gente a ella.
En tiempos remotos, para vivir en
paz, tener mucho ganado y curarse de las enfermedades, los mongoles
pedían amparo a los dioses con la ayuda de los chamanes, sacerdotes
de su credo, quienes se encargaban de las ceremonias religiosas
primitivas, de comunicación entre el cielo y la tierra y entre el
hombre y los dioses.
Debido a los cambios históricos, la
afluencia de otras religiones y culturas y las diferentes
necesidades del pueblo, surgieron ceremonias con procedimientos
distintos, y de ahí también nombres diferentes para sus sacerdotes.
Por “andays” se refiere a los brujos que curan a las jóvenes que
padecen de desórdenes mentales a causa del casamiento manipulado o
problemas conyugales. Dicen que el anday anciano Jimiye, de fama en
la Mongolia oriental, ha curado a muchas jóvenes casadas que
sufrían
melancolía o depresión.
Entonces, ¿qué nexos hay entre los
andays y la Danza Anday y entre esta danzas y las psicópatas? En
verdad estos nexos son muy estrechos y delicados, y el nombre
“anday” tiene una leyenda muy romántica.
Jimiye contó una vez: Hace mucho
vivían en Gorlos un viudo viejo y pobre y su hija. El padre, muy
pobre, ponía toda su alma y amor en la doncella, quien era su único
consuelo y esperanza. La hija, de 16 años y en flor de la vida, era
tan hermosa e inteligente y cantaba y bailaba tan bien que llenaba
de alegría y felicidad a su progenitor.
Empero, un día menos pensado le dio
a la hija una enfermedad rara: o no comía o se hartaba sin parar, o
no hablaba ni reía o lo hacía continuamente. El padre, apurado, iba
a todas partes en busca de médicos o suplicaba ante la imagen de
Buda en los monasterios. Mas no había nadie que pudiera curar el
mal de su cariño. Viendo a la hija demacrarse cada día más, el
viejo se afligía tanto que se le salieron las lágrimas. En eso oyó
decir que en el poblado Mongu, que estaba muy lejos, alguien podía
dar tratamiento a su hija. Fuera verdad o no, el padre,
esperanzado, aparejó un carro de buey, sentó a la hija en él y
emprendió la larga jornada. Pero una vez allí, no encontró siquiera
sombra de ese galeno ni ninguno que conociera el mal de su hija.
Así que entre padre e hija, decepcionados, se pusieron en camino
para ir más lejos, a otros lugares.
Cuando llegaron a duras penas a la
bandera (distrito) de Hure, se les rompió el eje del carro. En esta
tierra donde no conocía a nadie, el viejo, desesperado y teniendo a
la hija agonizante, prorrumpió en llanto, pateando sin cesar.
Cantando a voz viva se quejaba de su desgracia, y poco a poco su
canto atrajo a los lugareños. Enterados de su mala suerte, todo el
mundo echó a cantar acongojado también, alrededor del carro de
buey.
Justo en eso se produjo un milagro:
la doncella, inconsciente y en las últimas, volvió en sí, descendió
del carro y se colocó detrás de la gente para hacerles coro en voz
baja. No se sabe cuántas vueltas dio hasta que la ropa se le quedó
mojada de sudor, pero se alivió de la enfermedad. Luego, padre e
hija se establecieron en Hure por consejo de los lugareños. Así que
este método de dar vueltas cantando y bailando para curar
enfermedades se propagó de la bandera de Hure a todas las
praderas.
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Pero “Anday” es también nombre de un
demonio. Dicen que cualquier joven casada que sufría de psicopatía,
estuviera donde estuviera, era poseída por él. Por eso, la familia
invitaría a un chamán, sabio y hábil en comunicarse con el dios y
el cielo, a que le aplicara tratamiento. Con el tiempo, estos
brujos, especializados en exorcizar al demonio referido, recibieron
el nombre de “Anday”. Lo interesante es que una vez que la
paciente, tras largas sesiones de persuasión y consuelo del
“Anday”, salía de la tienda de fieltro para ver a su esposo,
parientes y vecinos, el mismo brujo los organizaba a cantar y
bailar con ella, para que ésta, de buen talante, moviera su cuerpo,
inspirara aire fresco y se recuperara por completo de la
enfermedad. Posteriormente, la gente llamó “Danza Anday” a la danza
colectiva que era el último eslabón del tratamiento de la
psicopatía. En los años 1960 los artistas profesionales mejoraron y
condensaron esta danza para introducirla en el salón de arte
moderno, de manera que los amantes de la danza han podido admirar y
disfrutar su representación escénica, tan alegre y hermosa.
En las praderas la Danza Anday se
ejecuta por lo general bajo la conducción y dirección de un “anday”
viejo, mientras la gente, formada en un corro, canta y baila de
lento a rápido y cambia la dirección de sus giros constantemente.
Los participantes agitan los pañuelos de color en la mano y marcan
el compás con los pies, sus movimientos son sencillos pero no
carecen de belleza, vigor y lirismo. De vez en cuando, los
bailarines lanzan exclamaciones en mongol en medio de la canción de
acompañamiento, añadiendo así atractivo étnico a la danza.
Entre el canto y la risa, el ritmo
de la danza pasa de lento a rápido, accediendo a la fase final, que
es la más fervorosa: el anday viejo y sus ayudantes ora saltan
alto, ora caminan en cuclillas, conduciendo a la gente a blandir
los pañuelos de color sobre las cabezas, los que parecen un
enjambre de mariposas aleteando en la pradera. Por supuesto, esta
danza, nacida de lo hondo del corazón de los pastores y diseñada
para ayudar a la enferma a convalecer, conmueve a todos los
espectadores. Tal vez he ahí el secreto de por qué al recurrir al
canto y la danza, el anday puede expulsar al demonio y curar a la
paciente.
(CIIC)
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