Los jings son un grupo menos
numeroso de las 56 etnias de China. Desde
que sus antepasados se trasladaron al distrito de Fangcheng en la
actual región autónoma de Guangxi en el siglo XVI, siempre han
habitado en tres islas en el mar de China Meridional, cerca de la
costa. Llamadas Wutou, Shanxin y Wanwei, estas islas son tan
misteriosas que desde el comienzo mismo han despertado una
infinidad de curiosidad y reflexión en los visitantes.
Los jings son hábiles en cantar y
bailar y poseen una variopinta literatura folclórica y tradiciones
orales ricas en fantasía y anhelación por una vida feliz.
De los nombres de las tres islas hay
una leyenda hermosa. Hace cinco siglos, cuando los jings acababan
de establecerse en China, tenían que pasar por el estrecho de
Bailong, ocupado por el Demonio Ciempiés, para ir a pescar en el
mar. Este demonio los dejaba pasar a condición de que le ofrecieran
cada vez un niño como alimento. Así, los jings, pocos en número,
encaraban la amenaza del exterminio y se dolían por la pérdidas de
sus hijos. Un día llegó un taoísta mendigo, quien al enterarse de
la tragedia ofreció ser devorado por el ciempiés para que los jings
pudieran hacerse a la mar. Sin otro remedio a la vista, los
pescadores aceptaron su propuesta y a su petición colocaron una
olla en la proa de una barca para cocer una calabaza grande. Cuando
el monstruo no vio ningún sacrificio al aparecer el navío por el
estrecho, desató una tormenta levantando olas furiosas. Los
pescadores, despavoridos, rogaron al taoísta arrojarse al mar, pero
éste, sereno y confiado, se mantuvo de pie en la proa cual si
aguardara una chance. El ciempiés, encolerizado, abrió su boca de
lobo y agarró un costado de la embarcación. Justo en eso el taoísta
alzó y tiró la olla con la calabaza hirviendo a la boca de aquél.
Con los intestinos quemados como en ascuas, el demonio se zambulló
y se retorció sin cesar bajo agua. Entre rayos y truenos, el bote
subió y bajó en medio de una montaña de olas por un día con noche.
Cuando el mar se calmó al amanecer, los hombres subieron a la
cubierta y vieron con asombro que el monstruo colosal, ya en tres
trozos separados, flotaba sobre el agua en la lejanía. Al elevarse
el sol, los restos del ciempiés se agrandaron formando tres islas
de tamaños diferentes. Mientras, el taoísta se metamorfoseó en una
nube voladora, desapareciendo en la lejanía.
De ahí que los jings bautizaran las
tres islas parecidas a la cabeza, el corazón y la cola del ciempiés
como Wutou, Shanxin y Wanwei y volvieran a pescar en el mar en paz.
En homenaje al benefactor, le dieron el nombre de “Rey apaciguador
del mar”, erigieron un templo y una lápida con inscripción cerca
del estrecho de Bailong e instalaron una tablilla de su alma en el
centro del Quiosco Hating, con el propósito de venerarlo por
siempre y pedirle amparo.
El Hajie es la fiesta tradicional más solemne de los jings. Durante
varios días rinden tributos a los dioses y los antepasados y se dan
una hartada de diversión. Después, practican la danza con palos
floridos para expulsar a los diablos y abrirle el paso al Rey
apaciguador del mar en su ida.
El último procedimiento del rito es
sacrificar un cerdo, que es la ofrenda más importante. Mientras aún
humean los papeles de conjuro quemados en el quiosco, se escucha
llegando de lejos el redoble de los tambores de madera. Ahora los
presentes se alborotan y se abalanzan hacia la entrada de la
aldea.
Allí bajo un baniano gigante,
rodeado de gente, está bailando ya al compás del tamboreo una joven
esbelta, quien viste una bata blanca, tiene el cabello amarrado con
cintos de color violeta y con ambas manos gira alrededor del cuerpo
y arriba y abajo dos palos mágicos de 40 cm de largo cada uno y
forrados de cintas de color. Contorneándose a pasos menudos, repite
los movimientos con primor, de cara al este, al sur, al oeste y al
norte, para ahuyentar a los demonios y abrirles camino en despedida
a los dioses y los ancestros. Conforme cambia el ritmo de los
tambores, baila cada vez más rápido. De nuevo los espectadores se
hierven, corriendo a la desbandada y mirando con la cabeza volteada
la danza aún sin terminar, cual si buscaran un lugar apropiado
donde parar. Súbitamente, la bailarina cesa de danzar y lanza los
palos atrás por encima de la cabeza. Al instante, la gente trota
con toda fuerza, pugnando por coger los palos que caen del
aire.
Según la tradición de los jings,
quienes logran sujetarlos estarán libres de los males todo el año y
verán cumplidos sus deseos. Por ende, no es extraño que los dos
muchachos que los tienen cogidos los aprietan fuerte en el pecho y
sin caber en sí de felicidad.
(CIIC)
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