Los jings, que habitan en la orilla del de China Meridional, son
una de las menos numerosas de las 56 etnias de este país. Hacia el
siglo XV, sus antepasados pasaron de Vietnam al distrito de
Fangcheng, hoy de la región autónoma de Guangxi, y se asentaron en
tres islas legendarias llamadas Wutou, Shanxin y Wanwei bajo la
jurisdicción del cantón de Pingjiang, para vivir de pesca y de
cultivo.
En su lengua ha significa “cantar”
perro también “comer”. Por lo tanto, los jings llaman Fiesta Hajie
al día en que veneran con ofrendas a los dioses y sus ancestros,
practican cantos y danzas y comen juntos. Durante centurias, el
canto y la danza han formado parte indispensable de las ceremonias
de homenaje de comienzo a fin, de ahí que los edificios de
congregación a semejanza de templos adquirieran el nombre de
hating.
Desde la antigüedad, los jings
adoran a los ancestros y a muchos dioses. Debido a su dependencia
de la pesca durante generaciones, la gente que vive en la isla de
Shanxin respeta en especial al Rey apaciguador del mar, una de las
tres divinidades respetadas en el edificio hating, y tiene su
imagen instalada en el centro del edificio.
La estructura del hating, de aspecto
clásico y atractivo, puede ser sencilla o complicada. Si es un
hating grande, suele haber asientos en filas escalonadas en ambos
flancos de la plaza, dedicados a las personas mayores de la aldea y
a los aportadores de dinero y materiales para la construcción del
hating y la celebración de la Fiesta Hajie. Estos invitados se
sientan de arriba abajo según sus contribuciones, de grandes a
pequeñas.
En las ceremonias con sacrificios,
la mayoría de las etnias chinas ponen una sola mesa de ofrendas
delante de la imagen del dios; sin embargo, los jings colocan hasta
una docena de mesas y a una distancia de cuatro a cinco metros por
lo menos de sus dioses. Estas mesas, de igual altura y
seleccionadas de las que tienen las familias, están dispuestas en
una sola fila de más de diez metros de largo, desde la puerta del
hating hasta la playa del mar. Cada mesa está atestada de conos de
incienso, candeleros, flores frescas y toda clase de alimentos.
Bajo el cielo índigo flamean los estandartes de dragón y fénix
multicromos en ambos lados de las mesas y alrededor de la plaza,
donde reina una atmósfera de solemnidad y reverencia, al tiempo que
la gente se atarea en espera de la hora de la ceremonia.
Para aumentar el clima de fiesta se
escogen varias muchachas esbeltas para cantar y bailar y un grupo
de muchachos guapos para tocar instrumentos musicales. En la Fiesta
Hajie se presentan danzas para la ceremonia y cantos y danzas en
alabanza del trabajo y el amor.
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Habitualmente, la ceremonia de homenaje dura de tres a cinco días.
El primer día se efectúa el acto más solemne y con cantos y danzas
más ricos en contenido para la recepción de los dioses. Al
iniciarse el acto, el maestro de la libación, a la cabeza de los
asistentes, recibe y conduce a los dioses del mar y el cielo y a
los antepasados hasta las tablillas de sus almas, y luego les
ofrece vino y obsequios. Ahora, cuatro chicas, llamadas taogus y
ataviadas con batas de seda rosada, pantalones negros y diademas
violeta, empiezan a bailar al tañido de los tambores. En la danza
de libación, las taogus, plenas de vigor juvenil y con las rodillas
un tanto vibrantes, dan pasos triangulares adelante y atrás delante
de las mesas invitando a los dioses a beber, giran las manos
delante del pecho con alusión a flores volteadas y giran las
muñecas con alusión a flores formadas con los dedos, dando fe de su
respeto y amor a los dioses.
En el proceso de la ceremonia, el
programa presentado incluye el canto de poemas clásicos y la
narración de episodios históricos, todos de gusto popular. Se
presenta además la danza de recolección de hojas de té y cogida de
caracoles, sucesora de la danza de recolección de hojas de té. Las
bailarinas, acompañadas del canto, danzan como que recogen hojas de
té y buscan caracoles, transportando a los espectadores a un mundo
imaginario de plantaciones de té y playas del mar. Esta danza,
similar a un poema lírico con hálito de la campiña, los deja
extasiados. Otra danza es la de chancletas de madera. Según la
tradición, si un joven y una chica usan chancletas de igual forma y
tamaño hechas por ellos mismos, deberán de ser parejas perfectas
indicadas por la Providencia. Así pues, los enamorados a menudo
colaboran en privado para actuar en esta danza calzando chancletas
iguales. En fin, todas estas danzas, con el aliento de la vida
real, no solamente entretienen a los dioses sino también a los
espectadores para el disfrute de la fiesta.
Al final del primer día, las taogus
vuelven a presentar la danza con varillas de incienso, compuesta de
dos partes: bailar con varillas de incienso en honor de los dioses
y bailar para su entretenimiento. Las tres chicas, con tres
varillas de incienso encendidas en la mano izquierda cada una,
giran la mano
derecha formando flores con los dedos y flores volteada y entonan
con dulzura el canto de ofrecimiento de varillas de incienso para
bendecir a los dioses. Mientras la melodía cambia de ritmo, la
danza se torna rápida y alegre divirtiendo a los dioses y a los
admiradores.
El segundo día, además de la
repetición del acto del día anterior, las personas venerables con
derecho a ocupar los asientos escalonados empiezan la actividad de
“soñar sentados”, o sea, disfrutar la representación y los
pasteles.
El tercero y el cuarto día continúa
la actividad de “soñar sentados”. Y avanzada la tarde, cuatro
taogus, vestidas con batas rosadas, presentan la danza con
candeleros. Sosteniendo platillos con velas encendidas en la cabeza
y en las palmas, se mueven con gracia una tras otra a los acordes
de la música frente a las mesas donde están colocadas las tablillas
de los dioses. Con el pecho erguido y las rodillas levemente
flexionadas, concentran su atención en los movimientos de los
brazos y las muñecas, mientras se desplazan orillando la plaza y
giran los platillos en las manos cual si fuesen luciérnagas al
vuelo, para el deslumbramiento de los espectadores. Esta danza
prueba el respeto y la devoción de los jings a los dioses y su amor
a la vida y hacer recordar la costumbre de sus antepasados de
venerar a los dioses con velas encendidas y de regresar del mar al
anochecer. Al terminar la danza, la gente se pone a cantar dentro y
fuera del hating, y su coro armonioso, salpicado de risas, se eleva
hasta lo más alto del firmamento estrellado.
(CIIC)
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