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Los tujias, de la rama tibetano-birmana de la familia de lenguas
han (china) y tibetana, habitan en su mayoría en la prefectura
autónoma de las etnias tujia y miao de Xiangxi, provincia de Hunan,
y en los distritos de Changyang, Laifeng y Lichuan, oeste de la
provincia de Hubei. El nombre de esta etnia apareció primero en los
siglos X-XIII. Se llama bizika en su lengua y tujia en han (chino).
Ambos significan “oriundo”.
Los orígenes de los tujias son muy
complejos. Algunos dicen que sus antepasados eran los hombres bas
de Sichuan después que las tropas del Estado de Qin conquistaran
esta comarca en 316 antes de nuestra era. Otros dicen que
procedieron de una tribu de los wumans de la provincia de Guizhou.
Y otros adivinan que son de sangre cruzada entre los aborígenes del
oeste de Hunan con los bas y los hans (grupo mayoritario de China).
Pero visto por sus funerales, exhortación por la lluvia, adopción
del tigre como tótem y hábito de cantar y bailar en torno de la
hoguera, los tujias tienen más puntos comunes con la etnia qiang y
con la etnia yi que comparte la sangre con los qiangs. De ahí se
entiende que sus ancestros guardaban lazos íntimos con los qiangs
antiguos. Al mismo tiempo, debido a la larga influencia de los hans
en cuanto a la vida y costumbres se refiere, salvo los ancianos que
viven en montañas apartadas saben hablar su lengua, casi todos
tujias hablan y escriben ahora en han (chino). Con respecto al
credo, ellos profesan el taoísmo o el budismo, con la fuerte
conciencia de la “unidad entre el cielo y el hombre”.
Consecuentemente, conservan el hábito de “acompañar al muerto y
arreglar sus funerales con alegría” y dicen la muerte de los
ancianos “caminó” o “se fue andando”.
En la comunidad tujia localizada
junto al río Qingjiang en el norte de la provincia de Hunan, es
popular la danza con tambor funerario, acompañada del canto y
llamada también “saltar el sarhe”. Aquí en las aldeas de montaña,
las familias acostumbran invitar a un maestro de ceremonias a tañer
el tambor para el toque de difuntos cuando muere un anciano. Por la
noche no cesan de retumbar gongs y tambores, sonar suonas (de
madera, instrumentos de viento parecidos a la trompeta) y crepitar
triquitraques. Cuando se toca el tambor, la gente de las aldeas
vecinas se apresura a presentar pésames. Ellos dicen: “Cuando se
toca a muerto, uno levanta los pies de prisa”; “todo el mundo toca
el tambor y echa una mano cuando alguien estira la pata”; y “si uno
no tiene ni tofu que regalar, baila una noche para decirle adiós al
ánima”. Por cierto, estas frases reflejan perfectamente su modo
especial de bailar y cantar con regocijo para despedir al difunto
que va al otro mundo y de consolar a los deudos de éste. De esta
tradición de las exequias, legada de las danzas antiguas de Sichuan
y la melodía clásica Zhuzhi Ci con versos, hay descripciones
precisas en el Tang Shu (Libro de Tang, dinastía de 618 a 907), en
uno de cuyos pasajes se lee: “Cuando muere el padre o madre, se
toca el tambor, se canta gritando y se baila a manera de luto”.
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Los tujias atribuyen a Zhuang Zi
(filósofo, 369-286 antes de nuestra era) el inicio del tocar a
muerto. Así que como preludio a la ceremonia, el maestro golpea con
fuerza la membrana del tambor y luego los costados de éste para
acompañar al cantante y después invoca a descender a Zhuang Zi.
Por regla, el tañedor y el cantante
hacen oficios delante del ataúd, y tras ello los bailarines se
ponen a danzar en pareja o en varias parejas frente a éste. En el
auge se unen a la danza hasta cientos de personas, además de una
muchedumbre de espectadores. Los que bailan danzan por turno hasta
la madrugada, hora de despedida al cantante, antes que comienzan
los otros procedimientos del rito.
La danza con tambor funerario es
ejecutada sólo por los hombres, pero las mironas pueden hacer
comentarios, enviarles miradas de amor y dar aplausos como quieran.
Los muchachos bailan con brazos desnudos y hacen como que beben
licor, demostrando su belleza viril hasta la saciedad. Sus
movimientos son arcaicos, simples, tensos o flojos. Son tan fuertes
como el viento de la montaña y tan suaves como el agua del arroyo
alternativamente, embelesando a los espectadores.
La danza comprende una docenas de
episodios, tales como “esperar la llegada del cadáver”, “sacudir el
ataúd”, “llorar por el muerto”, “vestir al difunto”, “saltar por el
finado” y “retirarse de las exequias”. Los movimientos principales
se llaman “el tigre abraza la cabeza”, “el rinoceronte mira a la
luna”, “el fénix abre las alas”, “la golondrina coge lodo con el
pico”, “el tigre baja de la montaña”, etc.
Por tradición los tujias toman al
tigre blanco como tótem y lo idolatran como ancestro. Así, los
intérpretes de la danza con tambor funerario imitan a este félido
para guiar al ánima al camposanto del clan, con movimientos de
frotarse la cara con la pata, menear la cola, caminar y abalanzarse
sobre una presa. En particular, en el pasaje “el tigre baja de la
montaña”, ellos saltan, atenazan con las manos, encogen las
piernas, se encorvan, se miran de hito en hito, propinan codazos,
giran a brincos, lanzan el brazo derecho y braman a todo pulmón,
dando la impresión de que “el tigre hace caza” de veras.
En esta danza las partes “cuatro
pasos grandes”, “cuatro puertas grandes”, “cuatro puertas
pequeñas”, “sacudir el ataúd” y “saltar por el finado” adoptan el
ritmo de 6/8 de tiempo con síncopa. Significa que cada paso toma
tres tiempos, de suerte que la planta del pie agarra fuerte el
suelo. En el primer tiempo el bailarín adelanta el pie y en el
segundo y el tercero contornea el cuerpo, adelantando ambos pies
por turno, cual si el tigre campeara por la montaña a pasos firmes.
Debido a ello, la gente nombra la danza con tambor funerario
también como “danza de los tigres blancos”.
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En general, de esta danza hay dos
tipos. La del primer tipo se baila con arte marcial y conlleva una
docena de movimientos difíciles y vigorosos, incluyendo “el tigre
abraza la cabeza”, “el hombre pega” y “el buey friega la piel”,
adecuados sólo a los jóvenes fuertes. Se presenta para dar el
parabién en recuerdo del anciano que “se fue andando” y que tiene
muchos hijos y nietos. La danza del otro tipo se caracteriza por el
“llanto de duelo”. El movimiento principal es el de “cuatro pasos
grandes”, de ritmo lento y de canto tan lúgubre, que entristece a
todos. Habitualmente se baila cuando muere un joven.
Hoy día, también se improvisan
danzas funerarias en el lugar mismo. Se cantan aires populares, se
narran chistes y se hacen muecas hiperbólicas, todos de humor que
divierten mucho a los concurrentes. Sobre todo, mediada la noche
cuando la gente ya tiene sueño, las bromas eróticas y los aires de
amor vivo vuelven el funeral un festejo.
Las canciones en la danza con tambor
funerario son ricas en contenido, describiendo cómo sus antepasados
expandieron su territorio, repasando la historia de su etnia,
reviviendo el culto a su tótem, alabando el cultivo, la caza, la
pesca y el amor, o contando las experiencias del muerto mientras
vivía. Por lo tanto, estas canciones desempeñan el papel de
vehículo de la cultura de los tujias.
La música arcaica, el tambor
funerario y las danzas en las entrañas de las montañas, que son el
alma misma de los tujias, han forjado una etnia optimista que
“prefiere danzar tres años a morir de hambre”.
(CIIC)
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