Stephen S. Roach: La falsa narrativa de EE. UU. sobre China

Stephen S. Roach: La falsa narrativa de EE. UU. sobre China

BEIJING, 17 may (Xinhua) -- Stephen S. Roach, profesor emérito de Asuntos Globales del Instituto Jackson de la Universidad de Yale y conferencista sénior de la Escuela de Administración de Yale, publicó recientemente un artículo firmado en "Project Syndicate", titulado "La falsa narrativa de Estados Unidos sobre China".

Anteriormente, Roach se desempeñó como presidente de Morgan Stanley Asia y como economista jefe de la misma firma.

A continuación el texto completo del artículo:

La falsa narrativa de Estados Unidos sobre China

En un raro momento de acuerdo bipartidista, los republicanos y demócratas estadounidenses están ahora en sintonía en cuanto a un asunto clave: culpar a China de todos los problemas que padece Estados Unidos. Vapulear a China nunca antes ha gozado de tanta aprobación.

Esta fijación sobre China como una amenaza existencial al querido Sueño Americano está teniendo graves consecuencias. Ha conducido a la imposición de aranceles en contra de uno y otro, amenazas crecientes a la seguridad, preocupaciones de una nueva Guerra Fría e incluso temores de una eventual confrontación militar entre la potencia naciente y el poder hegemónico global.

Con la aparente inminencia de un acuerdo comercial, no pareciera descabellado pensar que todo esto pronto pasará. Pero eso puede resultar más bien una vana ilusión. La confianza sino-estadounidense está hoy hecha añicos, y la probabilidad de un trato superficial no cambiará eso. Una nueva era de desconfianza mutua, tensión y conflicto es una posibilidad muy real.

¿Pero qué pasaría si la clase habladora estadounidense está del todo equivocada y los ataques en contra de China resultan siendo más un crecimiento desproporcionado de los problemas internos que una respuesta a una amenaza externa genuina? De hecho, existen bases suficientes para creer que un Estados Unidos inseguro - afectado por desequilibrios macroeconómicos causados por sí mismo y temeroso de las consecuencias de su propio retiro del liderazgo global - está abrazando una narrativa falsa sobre China.

Pongamos por caso el comercio. En 2018, Estados Unidos tenía un déficit comercial de mercancías con China de 419.000 millones de dólares, ni más ni menos que un 48 por ciento de la enorme brecha comercial total de 879.000 millones. Este es el detonante del debate, el culpable detrás de lo que el presidente Donald Trump llama la "carnicería" de pérdidas de puestos de trabajo y presiones salariales.

Pero lo que Trump -y la mayoría de los demás políticos estadounidenses- no admitiría es que en 2018 Estados Unidos tenía déficits comerciales con 102 países. Esto refleja una profunda insuficiencia de ahorro doméstico, que se debe en gran medida a los irresponsables déficits presupuestarios aprobados ni más ni menos que por el Congreso y el propio presidente. Tampoco reconocería las distorsiones en la cadena de suministros, que tienen su origen en componentes hechos en otros países pero que se ensamblan en China y se despachan desde allí, y los cuales se estima que exageran el déficit comercial China-EE. UU. en hasta un 35 a 40 por ciento. No prestan importancia a la macroeconomía básica ni a nuevas eficiencias de plataformas globales de producción que benefician a los consumidores estadounidenses. Aparentemente es mucho más fácil culpar a China y señalarla como el mayor obstáculo para hacer a Estados Unidos grande otra vez.

Ahora consideremos el robo de propiedad intelectual. Hoy en día es una "verdad" aceptada que China está robando cientos de miles de millones de dólares en propiedad intelectual estadounidense cada año, clavando una estaca en el corazón de la destreza innovadora del país. De acuerdo con la fuente aceptada de esta afirmación, la llamada Comisión de Propiedad Intelectual, en 2017 el robo de propiedad intelectual le costó a la economía estadounidense entre 225.000 y 600.000 millones de dólares.

Dejando de lado el rango tan ridículamente amplio de tal estimación, las cifras se soportan en frágiles evidencias derivadas de dudosos "modelos proxy" que intentan valorar secretos comerciales robados a través de actividades infames, como el narcotráfico, la corrupción, el fraude ocupacional y los flujos financieros ilícitos. La porción china de este presunto robo proviene de datos de las Aduanas y la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, que cuatro años atrás, en 2015, reportó 1.350 millones de dólares en decomisos de todos los bienes falsificados y pirateados. Modelos igualmente dudosos extrapolan esta insignificante suma en un agregado "estimado-adivinado" para Estados Unidos y le imputan el 87 por ciento del total a China (el 52 por ciento a la parte continental y el 35 por ciento a Hong Kong).

Además, está la pista falsa enfatizada en el informe Sección 301 publicado por el Representativo Comercial de Estados Unidos (USTR, siglas en inglés) en marzo de 2018, el cual proporciona la justificación fundacional para los aranceles impuestos a China: transferencia tecnológica forzada entre compañías de Estados Unidos y sus socios chinos en empresas mixtas. Aquí la palabra clave es "forzada", que implica que inocentes firmas estadounidenses que voluntariamente realizan acuerdos contractuales con contrapartes chinas, son obligadas a entregar sus tecnologías exclusivas si desean hacer negocios en el país asiático.

Lógicamente las sociedades mixtas entrañan el compartir personal, estrategias de negocios, plataformas de operación y diseños de producto. Pero la acusación es de coerción, la cual no se puede separar de la presunción de que sofisticadas multinacionales estadounidenses son lo suficientemente estúpidas como para entregar tecnologías fundamentales propias a sus socios chinos.

Esto constituye otro estrambótico ejemplo de evidencia endeble para una acusación de gran calado.

Increíblemente, el USTR en realidad admite en el informe Sección 301, más exactamente en la página 19, que no existe evidencia sólida para confirmar estas "prácticas implícitas". Al igual que la Comisión de Propiedad Intelectual, el USTR opta por apoyarse en sondeos "proxy" de organizaciones comerciales como el Consejo Comercial EE. UU. - China, en el cual los encuestados se quejan y dicen sentirse "algo incómodos" con el tratamiento que da China a su tecnología.

La narrativa que circula en Washington también refleja un panorama de China como una bestia planeada centralmente montada a caballo sobre descomunales empresas de propiedad estatal (SOEs, en inglés) que disfrutan de créditos preferenciales, subsidios injustos e incentivos atados a políticas industriales de alto perfil como Hecho en China 2025 e Inteligencia Artificial 2030. No importa que haya un gran cuerpo de evidencia que ponga de manifiesto la baja eficiencia y la baja rentabilidad características de las SOEs chinas.

Tampoco existe ninguna duda que políticas industriales comparables han sido puestas en práctica por largo tiempo por Japón, Alemania y Francia, e incluso por el propio Estados Unidos. En febrero, Trump emitió una orden ejecutiva anunciando el establecimiento de una Iniciativa de Inteligencia Artificial, que incluye un marco para desarrollar un plan de acción de Inteligencia Artificial en un plazo de 120 días. China no es para nada el único país del mundo que está elevando la innovación al nivel de prioridad de política nacional.

Para terminar, tenemos este cuento pasado de moda de la manipulación de la moneda china - el temor de que China depreciará deliberadamente el renminbi (yuan) para ganar una ventaja competitiva injusta. Sin embargo, el valor ponderado de su divisa ha aumentado más de un 50 por ciento en términos reales desde 2004. Y el desproporcionado superávit de la cuenta corriente que alguna vez China llegó a tener, prácticamente ha desaparecido. No obstante, las quejas monetarias de antaño siguen escuchándose, y siguen siendo objeto de notable atención en las negociaciones que se llevan a cabo actualmente. Esto solo alimenta y exacerba la falsa narrativa.

En resumen, Washington ha exhibido irresponsabilidad en cuanto a hechos, análisis y conclusiones, y la sociedad estadounidense ha sido demasiado ingenua al aceptar esta falsa narrativa. No se trata de negar el papel de China en la promoción de las tensiones económicas con Estados Unidos, sino de hacer énfasis en la necesidad de que haya objetividad y honestidad a la hora de asignar las culpas - especialmente cuando hay tanto en juego en el conflicto actual. Tristemente, obsesionarse con chivos expiatorios es en apariencia más fácil que mirarse a sí mismo en el espejo largamente y con sinceridad. Fin

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