Viajando en tren al Techo del Mundo

El viajero americano Paul Theroux, profetizó una vez que los Montes Kunlun eran un insuperable obstáculo “garantía de que el ferrocarril nunca llegaría a Lhasa”. Ahora, esta garantía ha sido olvidada desde que los trenes han conseguido alcanzar “el techo del mundo”.

Cuando nos preparábamos para subir al tren K917 de Golmud a Lhasa, mis ojos fijaron la atención en el uniforme gastado color rojo del revisor Qu Xiaoyong así como los dibujos de su collar.

“Para poder ilustrar mejor la cultura tibetana a nuestros pasajeros, las ropas que llevamos se han teñido con el rojo ocre utilizado por los lamas y los diseños hechos por Duixiu (barbola, bordado especial tibetano, especialmente encontrado en el monasterio Ta´er)”, explicó Qu, picando los boletos en el andén.

Precisamente a las 19.22 horas, el tren abandonaba la estación Golmud (2.780 metros), punto de salida de la segunda sección del ferrocarril Qinghai-Tibet, y comenzaba su camino con dirección al sur.

Tras haberse presentado en chino, tibetano e inglés, Qu sirvió agua caliente a los pasajeros. Originario de Shaanxi, Qu de 30 años solía trabajar en el trayecto Beijing-Xining. A principios de este año, fue seleccionado como uno de los asistentes para el recorrido Qinghai-Tibet, el primer tren que conecta la Región Autónoma de Tibet con otras zonas de China.

“Para clasificarse como trabajador en este tren, se debe ser menor de 35 años y estar en buena condición física. Antes de trabajar aquí, recibimos un curso intensivo de un mes de tibetano e inglés”, comentó Qu. “Sin embargo, soy todavía reacio a utilizar mi tibetano desde que aprendí el dialecto Amdo, la gente de otras áreas de Tibet como Lhasa y Damxung tienen problemas para entender”, añadió ruborizado cuando sonreía.

Viajando a una velocidad de 100 km por hora, nuestro tren pronto alcanzó una altitud de 3.000 metros. En este punto el aire acondicionado del techo, despide chorros de aire fresco, cuyo contenido de oxígeno es del 20%.

Cuando todos nuestros pasajeros conversaban sobre el posible mal de altura, el revisor Liu Lijun de 35 años, sofocó nuestra ansiedad, contándonos que aunque algunos pasajeros se podrían sentir indispuestos al llegar a la meseta, todos los vagones (8 vagones de literas, dos vagones de sofá-camas, cuatro vagones de asientos y un vagón restaurante) estaban equipados con suministros de oxígeno designados para prevenir el mal de altura así como las ventanas tintadas para reducir el influjo de los fuertes rayos ultravioletas.

Después de que nuestro tren atravesara por debajo las Montañas Kunlun, llegamos a Hoh Xil, la tierra deshabitada más grande de China. Un grito resonó: “allí, antílopes tibetanos” y todo el mundo se apresuró a las ventanas. Las cámaras y flashes se prepararon para la acción. Los pasajeros sacaron fotos del animal que más está en peligro de extinción en China, hasta que la mujer que lo había visto primero espetó que los “antílopes” eran de hecho monos salvajes.

Eran las once menos cuarto cuando el vagón restaurante estaba preparado para servir la comida. El almuerzo regular consistía en dos platos de verduras y dos platos de carne por 20 yuanes, el mismo precio que la cena. Un desayuno regular costaba 10 yuanes y consistía en pan al vapor, huevos y judías.

Uno de los cocineros, Wang, nativo de Xining, subrayó que todos los cocineros a bordo contaban con más de diez años de experiencia y todos habían pulido sus habilidades formándose en el hotel Qinghai.

“Hoy, un grupo de 18 japoneses vendrá a cenar y debemos preparar por adelantado ya que algunos son gente mayor. Cocinar a 4.000 metros de altura lleva mucho más tiempo, y el punto de ebullición sólo alcanza los 80º centígrados”.

Después de comer, Yasuko Maekawa, miembro del grupo turístico le dio la valoración: “ha estado muy rico a pesar del rábano que estaba demasiado picante”.

La locomotora transporta el volumen del tren hasta los 5.075 metros de altura a su paso por la Montaña Tanggula, conectando la provincia Qinghai con el Tibet alrededor de las 16.00 horas. En esta etapa, algunos pasajeros finalmente comienzan a experimentar el esperado mal de altura con síntomas que oscilan de nauseas a dolores de cabeza. Dos asistentes médicos del hospital Golmud trataron a dos personas que mostraban fuertes síntomas y los ayudaron a tomar Gaoyuan´an y Hongjingtian (dos medicinas contra el mal de altura).

La mayoría de los enfermos simplemente pulsaron un pequeño aparato de modo que el suministro de oxígeno se arrancó, saliendo más filtros de oxígeno a través de la cabina.

“Esto es un modo incorrecto de utilizar el equipo”, anunció Ma, el operador técnico de la compañía Dalian Lide, la productora del suministrador de oxígeno para todos los trenes del recorrido Qinghai-Tibet, incluyendo la línea Beijing-Lhasa, la línea Xining (Lanzhou)-Lhasa así como la línea Chengdu (Chongqing)-Lhasa.

Refunfuñó que el tubo debería conectarse dentro de los conectadores y el oxígeno debería ser inhalado a través de la nariz, ya que de otro modo la concentración de oxígeno tendría poco efecto.

La gente que muestra impresionante inmunidad ante el mal de altura son los tibetanos.

Anjiang Duojie, tibetano de 31 años de edad que se convirtió en monje a la edad de seis, conversaba con su madre en uno de los asientos. Después de haber vivido el retiro durante ocho años, ocho meses y ocho días, abandonó el templo en Yushu, en la provincia de Qinghai.

“Esta es la primera vez que cualquiera de los dos, mi madre o yo tomamos un tren. El precio del boleto es asequible y las condiciones a bordo son cómodas”, advirtió.

Anjiang y su madre primero tomaron el autobús de Yushu a Xining y compraron los boletos a Lhasa por el precio de 226 yuanes (28 doláres) cada uno.

“Me siento muy feliz, mi madre siempre soñó con visitar el palacio Potala en persona. La única cosa de la que me arrepiento es de que mi hermana más joven que yo no ha visto nunca un tren que le permita ir sentada como éste. Pero le ofreceré la experiencia en un futuro próximo”.

La madre de Anjiang se levantaba a menudo durante el viaje, y murmuraba algo en tibetano que originaba una sonrisa en todos los presentes que podían entender. Anjiang me explicó que su madre preguntaba “¿llegamos ya?”.

Detrás de Anjiang estaba sentada Zhuoma, una joven tibetana que contaba mitos e historias tibetanas a los pasajeros Han que había alrededor de ella. Hablaba del monasterio Ta´er y la leyenda de Tzongkaba (1357-1419), fundador de la secta amarilla del budismo tibetano, compartía la dulce melodía de la canción “In than far-off place” de Wang Luobin y la historia de amor que hay en la canción. Relató que la boda de la princesa Wencheng de la dinastía Tang con Songtsam Gambo, rey del antiguo Tibet, se celebró en el año 641, y habló sobre el intercambio cultural que había tenido lugar desde entonces.

Cuando pasamos Damxung, la tercera estación dentro de Tibet tras Amdo y Nagqu, el cielo se nubló y la niebla se extendió, oscureciendo la vista de las montañas, antes de que el cielo abriera, las primeras gotas de lluvia aparecieron en los cristales de las ventanas.

Tras pasar por Yangbajing, la primavera más cálida por estar a la altitud más alta, a las 22.22 horas, el tren alcanzó su destino final, Lhasa.

Cuando puse el pie sobre el andén en la estación de Lhasa, recordé que a principios de siglo, el explorador francés Alexandra David-Néel dijo una vez que creía que un día en el futuro, un tren cruzaría el continente asiático y traería aquí a pasajeros en lujosos vagones. Ahora el sueño se ha hecho realidad.

Fotos por Li Xiao.

(China.org.cn)

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